Calor, y una brisa dulce y suave que hace caer la temperatura junto a la piel y nos hace desear un abrigo. La luz se vuelve amarilla contra todo esfuerzo de las nubes grises que se asoman desde el norte del horizonte, y los primeros ecos de truenos lejanos me llegan a los oídos. El olor de las primeras gotas llena el aire.
Primera tormenta de verano en éste atardecer de octubre, y una sonrisa se pinta en mi cara. Miro por la ventana, y la certeza de que afuera el caos está al borde del inicio y aún así yo estoy a salvo me presentan un contraste tan marcado que me siento segura.
Como cuando era chica, y ese primer huracán que tiró el pino de mi abuelo y nos azotó en un auto viejo en ruta a mi casa, y llegar a resguardo y ver desde éste lado de la puerta, y saber que afuera todo es tormenta, truenos, rayos, lluvia. Y que yo estoy adentro, en casa, a salvo.
Es tranquilizador y pacífico, eso de ver la furia desde la calma.
